miércoles, 1 de julio de 2015

Ecosistema playero (I) - Por la mañana

En las últimas semanas he tenido la suerte de disfrutar la playa en diferentes momentos del día, ofreciéndome varias postales pobladas por personajes que, casi arquetípicos, vendrían a reproducirse en la costa de todo el país.

De 8h a 10h: Los deportistas, solitarias y reservadores de espacio


Los deportistas llegan los primeros. La playa es para ellos. Dejan todas sus cosas en una montañita cerca de la orilla y se meten en el mar sin pestañear. A esa hora el agua suele estar tranquila y fría. Nadan hasta las boyas más lejanas dando brazadas con estilo. Cuando vuelven a acercarse a la orilla en su camino de vuelta, ya se han ido plantando en la arena las primeras toallas individuales, a prudente distancia unas de otras para preservar la tranquilidad, intimidad y anonimato. Son las mujeres solitarias por elección o por situación (vital). No se quedan mucho rato, cuando el calor -y las aglomeraciones- empiezan a apretar, inician el camino de vuelta a casa.

Al poco llegan los reservadores de grandes espacios. Acostumbran a ser los abuelos de la familia. Con dedicación y la seguridad de la experiencia, estos hombres tranquilos plantan sombrillas, despliegan sillas (a su sombra) y extienden toallas (a su sol). Se sientan en una de las sillas a  esperar, oteando taciturnos el paisaje o leyendo la prensa del día. La bolsa de las cremas, ni tocarla.

De 10h a 12h: Las familias (en el sentido amplio del término)

Un rato después aparece su mujer. Antes de llegar a su espacio reservado ya ha saludado a todos los vecinos que ha encontrado en el camino, y recabado las novedades. Conocedora de la vida de cada bañista, ejerce de radio local y retransmite sin descanso los detalles de este y de aquella a lo largo de toda la mañana, hasta que se vuelva a calzar las zapatillas de goma para volver a casa a preparar la paella familiar. En momentos puntuales hace una pausa para dar consejos o recetas de cocina veraniega.

Con ella llega su hija con los nietos, con cara de haber dormido poco y cargando una bolsa que precisaría ruedas todoterreno (¿me estará leyendo Decathlon?) para transportar toda suerte de enseres que sus pequeños pudieran o pudiesen necesitar en esas horas de playa (pañales, chupetes, manguitos, flotadores, crema protectora, bastoncitos de pan... ... ... y, sobre todo, mucha agua). Algo rezagado, las acompaña el padre de las criaturas, el encargado de transportar el cochecito -si hay bebés- y la juguetería (cubos, palas, rastrillos, estrellas y peces en molde, pelotas y colchoneta hinchable -junto con su inflador de fuelle accionado a pie-). Se divierte tanto o más que los niños pasando de un juego a otro, menos cuando le toca ser enterrado en la arena.

La orilla se llena de movimiento, carreras, gritos, chapuzones, de risas y de arquitectas e ingenieros de la arena mojada. A eso de las 11:30h todos a una plantarían el cartel de 



"aquí ya no cabe nadie más, oiga"

Pero como la playa es de todos, entre las 12 y las 12:30 aparecen silenciosos

Los noctámbulos y resacosos

Os contaré su historia en el próximo post
Ecosistema playero (II) - A mediodía.
Mientras tanto me podéis decir qué os ha parecido este en un comentario aquí abajo.





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