jueves, 26 de enero de 2012

Chicho chupa chicha (© Edgar)

Hace unos días, en un taller un fotógrafo hablaba de la hora del gin tonic. Afirmaba que en ese rato de luz tan difícil de plasmar, entre que el sol ya se ha puesto pero aún no es noche cerrada, lo mejor es irse a tomar un gin tonic, preferiblemente en compañía.

Me pareció que no era mala idea y me dio por pensar que esa hora extraña de transición suele ser un buen momento para una pausa, contar una historia o reir una gracia. Me acordé de las excursiones andinas del verano pasado, cuando volvíamos de viaje precisamente a esa hora ambigua y, mientras el paisaje se difuminaba, intentábamos rimar un trabalenguas a base de esas sonoras palabras hasta entonces desconocidas. En algún momento el guía se unió a las risas. Parecía divertirle nuestra causa, y como si se pasara la vida rimando, nos dio el inicio:  "Chicho chupa chicha, venga, ahora os toca seguir a vosotras".

Mientras me reía imaginando una viñeta de diario en la que Ibáñez Serrador, mi único Chicho conocido, con la barba de siempre y los ojos desorbitados, trataba de aspirar con todas sus fuerzas por una cachimba renqueante,  me di cuenta de que aquel chico no podía conocer a Chicho (y si lo conocía es que "Un, dos, tres" había llegado inusitadamente lejos) e hice algunas preguntas de verificación:

- Oye, una chicha es una pipa de agua ¿no?
- Nooooo, la chicha es por aquí un licor de maíz
- Ahhhh vale, pero...¿chupar sí que es chupar, verdad?
- Nooooo, nosostros chupar le decimos a beber
- Este...pero entonces...Chicho...¿quién es?
- Eso te lo explico en otro momento...

No me lo acabo de creer, ¿me estará tomando el pelo? Probablemente. No importa, pensé. Mentalmente le cambié a Chicho la cachimba por una mazorca con dosificador, lo mandé a saltar por las montañas y me seguí partiendo de risa al tiempo que el gin tonic, o su hora, tocaba a su fin.

*Nota: el trabalenguas fue completado, tras muchos intentos, esa misma noche en la habitación de un hostal. 

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